
En el nuevo contexto de las tomas de establecimientos estudiantiles la prensa burguesa no dejó de ocultar su papel afirmador del orden existente. Esta vez los estudiantes ya no luchaban por una causa justa (1) (incluso en términos democráticos, lo que revela su estrategia: intentar apaciguar toda instancia de movilización por reformista que ésta sea) sino que esta vez la lucha de los estudiantes era infundamentada e inmadura. Y es que claro, era evidente que los medios masivos con aquella parte de la burguesía que administra el estado habían llegado a un común acuerdo: mientras Bachelet dictaba que los estudiantes debían dedicarse a estudiar, La Segunda pretendía atormentar con el titular amenazante de que si el conflicto se agudizaba seguramente los estudiantes estarían en clases hasta enero.
(2)Por otro lado, más que nunca quedó en evidencia el papel conciliador de aquel autodenominado “Bloque Social”: esta vez ya no salían a las calles conjuntamente con los estudiantes, sino que inmediatamente trazaron aguas para demostrarle a sus socios que el pacto acordado en salas de cuatro
paredes iba a ser respetado a cabalidad. Este oportunismo es la evidencia más concreta de que aquel Magisterio, aquellos dirigentes universitarios y políticos demócratas de toda índole tiemblan cuando ven que nadie los sigue, cuando se les va el control de las manos, cuando la protesta democrática se ve sobrepasada por el germen de lucha proletaria.
Las lecciones que ha brindado el conflicto educativo nos permite plantear una posición de clase, que vaya más allá del movimiento de los estudiantes para configurarse como una visión antagonista a la realidad que ha configurado la burguesía. Y estas consideraciones no son exclusivas de algún sector del proletariado sino que nos ayuda a dilucidar posiciones en nuestra clase como conjunto, ya que lo determinante no es el contexto particular donde se han planteado las diversas luchas, sino más bien, las lecciones generales que podemos extraer de ellas.
La política burguesa llevada a cabo por el Magisterio no es sólo burguesa en el hecho de estar dirigida por determinados rostros bastante conocidos como entreguistas y conciliadores sino en su génesis misma. Las formas de hacer política juegan un papel fundamental en esta traición constante a los intereses de nuestra clase. Los proletarios no podemos más que confiar en nuestro propio poder, aquel que construimos con nuestros hermanos al calor del conflicto entre clases, alejados de toda cúpula.
La desconfianza en toda instancia que no sea la asamblea o consejo (diferente término para un mismo modelo) es uno de los pasos para la rearticulación de nuestra clase. Es esta la condición esencial que debemos imponer para que las luchas proletarias contra la sociedad de clases no sean tan fácilmente recuperables, condición que no contiene al Magisterio que sigue atado a políticas que se fundamentan en lógicas viciadas marcadamente representativas. Pero el paso afirmativo de nuestro modelo organizativo se ve castrado de su germen proletario si no se configura abiertamente como contraposición a la democracia. Es éste el sentido fundamental de la lucha del proletariado por constituirse en clase, la ruptura progresiva con la política, la economía y la ideología burguesa. La democracia es precisamente el campo donde la burguesía construye su orden, el principio democrático no es otra cosa que la conciliación de clase y el diálogo su medio para frenar la agudización de las contradicciones sociales.
(3) La experiencia nos demuestra que tal y como la revolución proletaria será mundial o no será, toda lucha de nuestra clase está condenada a la derrota si se queda en la lógica de las luchas parciales, si sigue asumiéndose en las divisiones ficticias que nos transforman en engranajes (“estudiante”,“trabajador”, “mapuche”, “poblador” y un largo etcétera).
(4) La única forma de que las tomas de los establecimientos educacionales no perdieran la fuerza que les había caracterizado era que se transformaran en una movilización con perspectiva clasista. Ya la cuestión no radica en la movilización, sino en el salto cualitativo que debe dar ésta de un cuestionamiento parcial a uno global, rompiendo de una vez con la burguesía de izquierda o de derecha, entendiendo que la única lucha que no es recuperable dentro del capitalismo es la lucha por la destrucción de la sociedad de clases. Y es por esto que el llamado es precisamente a romper con todas las instancias del poder burgués, a construir redes de organización entre los explotados en puestos de trabajo, en lugares de estudio, en barrios, poblaciones. Hay que arrebatar esa hegemonía que posee la burguesía en todos los espacios por el simple hecho de configurarse como la única opción posible. Destruir su poder significa a la vez crear el nuestro.
Por eso, ante la evidente descomposición de esta sociedad enferma hay que atreverse a cambiarlo todo. Hay que salir a la calle a romper con la pasividad, con la ignorancia, con la tradición democrática que está frenando el avance de nuestra clase. Nada es más urgente que fomentar la organización entre nuestros hermanos de clase que reposan en la inconciencia, nada es más fundamental que dilucidar las tácticas más acertadas de nuestra clase para este contexto histórico entre los compañeros más concientes.
Profesores, estudiantes, proletarios todos… a romper con las diversas expresiones de la política burguesa, a imponer nuestra organización de clase contra toda cúpula, a solidarizar con las diversas luchas del proletariado, a radicalizar cada conflicto, a reorganizar la clase!
Notas:
(1) Considerar esta afirmación como válida para demostrar el papel desmovilizador de la prensa no quiere decir que compartamos el sentido espectacular de ella. Para los proletarios no existen causas “justas”, ya que en esta guerra tanto la burguesía como el proletariado luchan por intereses (la diferencia radica en que los intereses del proletariado son universales, coherentes con el proyecto de abolición de la sociedad de clases). Además la visión de “justicia social” se acerca mucho más a una visión cristiana de la lucha social, que a un análisis crítico y revolucionario de los fines. Demás está decir que esta última consigna es
la que han repetido una y otra vez los traidores de clase de la social democracia.
(2) Que la burguesía cierre sus filas en pos de conservar su hegemonía como respuesta a la agudización de los conflictos sociales deja en evidencia su verdadero temor: no le temen a la movilización generalizada sino más bien, a la superación de esas barreras impuestas por parte de los explotados. No tienen miedo en reconocer la crisis, con tal que esta tenga como medio la democracia, pero si tiemblan cuando los proletarios no se dejan llevar con aquel juego del consenso y la tolerancia, cuando pretenden imponer a toda costa (y ocupando todos los medios factibles) sus intereses de clase.
(3) ¡Todo el poder a los soviets libres! Afirmaban nuestros compañeros en la creación del poder proletario, pero esto nada tenía que ver con la interpretación/degeneración democrática (aquella que transforma al proletario en ciudadano, con derechos y deberes). Es la crítica a la democracia uno de las cuestiones esenciales para configurar una crítica completamente antagónica a las formas políticas de la burguesía.
(4) Esto no quiere decir que una movilización masiva donde intervienen diversos sectores del proletariado enarbolando cada uno una bandera gremial sea una movilización de clase.
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